Cuando los roles en la familia se confunden

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Cuando los roles en la familia se confunden

En algunas ocasiones se produce una confusión en los roles familiareslos límites y funciones que deberían tener los miembros de la familia acaban mezclándose o invirtiéndose, lo que da lugar a dinámicas relacionales poco saludables que afectan a la armonía del sistema familiar y a los individuos que lo componen en forma de conflictos emocionales, relacionales e incluso psicológicos.

En una familia funcional cada uno de sus miembros cumple un rol claro que se adapta a su etapa de la vida y su posición en el sistema. Así, por ejemplo, los padres cuidan, proporcionan estructura, protección y son una guía para sus hijos; los hijos, por otro lado, reciben apoyo de sus padres, crecen, se educan y se independizan. Los abuelos ofrecen, en muchas ocasiones, sostén logístico, apoyo emocional y sabiduría tanto a sus hijos como a sus nietos, pero sin sustituir el rol parental.

Estos roles ayudan a mantener el orden, la estabilidad y la seguridad emocional dentro el propio sistema familiar. Sin embargo, en algunas ocasiones, se distorsionan o intercambian entre diferentes miembros del sistema y es entonces cuando aparece la disfunción.

Esta confusión de roles puede producirse por diferentes causas:

A veces el temor al conflicto, la culpa parental o la dificultad para ejercer con autoridad o autonomía provoca que no se establezcan unos límites sanos entre padres e hijos y estos acaban diluyéndose. Tal vez se trate de padres que buscan ser “amigos” de sus hijos pero que tiene problemas para proporcionar una guía y estructura; o hijos que toman decisiones familiares o cuidan o se sienten responsables emocionalmente de sus padres.

En algunos casos, la causa puede estar en las carencias afectivas, trastornos psicológicos o problemas emocionales de unos padres que puede llevar al adulto a buscar en el hijo un tipo de apoyo que no corresponde a su rol. Por ejemplo, una madre deprimida que se apoya en su hijo/a esperando, a veces inconscientemente, que asuma funciones emocionales propias de una pareja o una figura adulta, puede generar una inversión de roles que afecta el desarrollo emocional de ambos integrantes del sistema.

Otras veces, una crisis o un evento traumático que provoca un vacío en el sistema puede dar lugar a que uno de los miembros adopte el rol de la persona que falta. Por ejemplo, ante el fallecimiento del padre uno de los hijos puede asumir el rol de padre ejerciendo de sostén emocional de la familia o asumiendo responsabilidades adultas antes de tiempo.

Muchos roles disfuncionales también pueden ser heredados y se perpetúan de generación en generación. Una madre que ejerció de “madre de su madre” puede criar a su hija de una forma parecida sin darse cuenta, convirtiéndose esto en un patrón familiar no cuestionado (porque es lo conocido). También es frecuente la falta de habilidades parentales, simplemente porque ellos nunca lo han experimentado como hijos, o puede que detrás de esta confusión de roles haya creencias distorsionadas sobre el amor, la lealtad y el sacrificio. A menudo, esta confusión de roles suele ser un síntoma de un trauma transgeneracional no integrado. Y, en este sentido, las constelaciones puede ser una maravillosa herramienta que arroje luz sobre todo esto.

Tipos más comunes de confusión de roles

Cuando un hijo asume responsabilidades emocionales o incluso acciones propias de un adulto, se produce lo que llamamos parentificación. Por ejemplo: una madre deprimida es consolada y cuidada por un hijo o una hija; o un adolescente ante la ausencia emocional o física del padre de la familia, pasa a ejercer el rol de “hombre de la casa”.

La parentificación supone una inversión de roles y se da también cuando uno de los progenitores es emocionalmente inmaduro o no puede estar del todo presente a nivel emocional para sus hijos.

En algunas ocasiones esta confusión de roles se produce debido a una triangulación, mediante la que el hijo o la hija se involucra en los conflictos entre sus progenitores y se coloca entre ellos, bien sintiéndose responsable de que sus padres estén bien como pareja, o viéndose forzado a tomar por uno de los dos progenitores ocupando un lugar de “pareja”, “apoyo” o “confidente.

Tanto en el caso de la parentificación como en el de la triangulación, el hijo o la hija pierde su lugar natural como hijo y se desdibujan los límites de la jerarquía dificultando que el hijo desarrolle su propia autonomía.

En algunos casos los miembros pueden quedar atrapados en otro tipo de roles, como por ejemplo el “chivo expiatorio”, que es culpado por todo; el “héroe”, que compensa con sus méritos o acciones la disfunción; o “el invisible”, que se retrae para evitar problemas. 

La confusión o inversión de roles tiene un impacto significativo en las personas que los asumen. Por ejemplo, durante la infancia puede dar lugar a estrés, ansiedad, baja autoestima, confusión de identidad y dificultades para jugar, desarrollar nuestra creatividad o incluso rendir a nivel académico. En la adolescencia, las consecuencias pueden estar asociadas a patrones de rebeldía, aislamiento, conductas de riesgo y dificultades para confiar en las figuras de autoridad especialmente cuando asumimos un rol de parentificación o triangulación.

Pero no todo se queda en infancia y en adolescencia. Los patrones que arrastramos como consecuencia de esa confusión de roles pueden impactar en nosotros en nuestra edad adulta, dando lugar a sistemas nerviosos desregulados –hiperactivados o hipoactivados–, relaciones codependientes, patrones rígidos de control, dificultades para establecer límites o incluso para ser padres funcionales y emocionalmente disponibles para los hijos.

Las causas más comunes de esta confusión o inversión de roles frecuentemente están asociadas a traumas no integrados, como pueden ser separaciones o divorcios conflictivos, adiciones o enfermedades (físicas o mentales) de los padres, falta de habilidades parentales, duelos silenciados o traumas transgeneracionales, tal y como hemos mencionado anteriormente.

La familia el seno en el que aprendemos cómo relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Además, en la relación con nuestros padres, como cuidadores principales, se configura nuestro estilo predominante de apego. Cuando los roles se confunden, la base y el sentido de seguridad sobre el que crecemos se vuelve inestable. Sin embargo, con conciencia y trabajo terapéutico podemos identificar estos patrones y sobre todo atender las necesidades que como niños o adolescentes no pudieron ser atendidos por nuestros padres para así poder restaurar unos límites sanos y construir vínculos más nutritivos. Las constelaciones y la terapia sensible al trauma pueden ser unas maravillosas y amorosas vías a través de las que integrar esas experiencias.

 

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